6.10.09

Edith Piaf



Son las tragedias de nuestras vidas las que nos marcan, aún por encima de los momentos de felicidad, porque de los momentos trágicos se trata uno siempre de olvidar, y son las cosas que ocultamos de los demás, las que preferimos no contar a nadie y esperamos que algún día se pierdan entre propias memorias más alegres, las que realmente nos hacen quienes somos. Nada dice de nosotros como las cosas que vamos por ahí escondiendo. Es justamente por eso que vamos por ahí escondiéndolas, porque delatan demasiado; algo horrible pasaría, sin duda, si algún día pudieramos simplemente leer en los demás todos sus secretos.

Y los secretos, las tragedias, también tienen lugar dentro de la nostalgia y el recuerdo. No quizá por el mismo motivo que las memorias lindas, tan importantes que resulta imposible olvidarlas. Las tragedias crean, obvio, vidas trágicas de personajes entrañables, en todo el sentido de la palabra, en el que nos hace entender que nos remueve la tripa, porque tenemos todos un poco (o mucho) de instinto dramático dentro de nosotros. Las vidas trágicas además, están llenas de peripecias incomunes, sobre todo las trágicas existencias de los artistas. Hay montones de vidas trágicas entrañables. La de Edith Piaf es una de esas.




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